Este artículo es una contribución de Fundació Espigoladors
Alimentos aptos para el consumo que acaban desperdiciados en alguno de los eslabones de la cadena alimentaria, desde el campo hasta la despensa de los y las consumidoras. Esto son las pérdidas y el desperdicio alimentario, una definición simple que esconde unas cifras altísimas y uno de los problemas sociales y ambientales más severos a que debemos hacer frente.
Son muchas las toneladas de alimentos que se pierden o se desperdician anualmente a nivel mundial. La Food and Agriculture Organization (FAO) de las Naciones Unidas las cifró en 1300 millones de toneladas, lo equivalente a un tercio de los alimentos que se producen. El estudio Fusiones acotó esta cifra a escala europea, una región donde se desperdician 88 millones de toneladas. Para conocer la situación de Cataluña contamos con un estudio realizado por la Agencia de Residuos y la Universidad Autónoma de Barcelona, que calculó que, sólo en los sectores de la restauración, comercio y doméstico, se desperdician anualmente 35 kg de alimentos por persona.
Sólo en restauración, comercio y sector doméstico se desperdician 35kg de alimentos por persona y año
Las causas de las pérdidas y el desperdicio alimentario son diversas y dependen del eslabón de la cadena alimentaria donde se produzcan. En el sector primario, por ejemplo, las pérdidas se dan generalmente por las imposiciones del mercado alimentario y el sistema agrícola imperante, centrado en el aumento de la productividad y la bajada de los costes. Para ser comercializadas, las frutas y verduras deben cumplir con unos estándares de belleza y de calibre muy estrictos, hecho que implica el abandono de muchas de las cosechas que no los cumplen. Las dinámicas de precio también tienen gran afectación en la comercialización de frutas y verduras, que muchas veces se quedan en el campo por exceso de producción o por bajada de la demanda.
En el ámbito doméstico, que es donde más desperdicio se produce, sus causas están relacionadas con una falta de planificación en la compra, por una falta de creatividad en la cocina, por una mala interpretación de las fechas de caducidad y de consumo preferente, o por una mala información sobre cómo conservar los alimentos. Muchas de sus causas, pues, pueden evitarse a través de cambios en los hábitos personales y de compra.
Cuando un alimento se pierde o se desperdicia, se convierte en un residuo. Además, también convierte en residuo todos los alimentos que se utilizan para producirlo: el agua, la tierra y la energía y los gases emitidos durante su producción. De acuerdo con el estudio “Food wastage Footprint” elaborado por la FAO, las pérdidas y el desperdicio alimentario son responsables del 8% de las emisiones de CO2 a escala mundial. También utilizan 1.400 millones de hectáreas de tierra, un terreno superior a dos veces la superficie del Amazonas, y 250 km3 de agua, el caudal equivalente al Río Volga en su paso por Rusia.
Consecuentemente, las implicaciones ambientales de esta problemática son muy grandes. El estudio “Drawdown Review”, realizado este mismo año 2020, sitúa su reducción como la acción más importante para mantener el calentamiento global por debajo de los dos grados. Por lo tanto, trabajar para el aprovechamiento alimentario es una tarea de vital importancia que debe recibir la atención suficiente por parte de las administraciones, entidades ambientales y ciudadanía en general, y ser tratada en su totalidad.
Por otro lado, las causas de las pérdidas alimentarias son una problemática de gran notoriedad para el sector primario, pues supone una desvalorización de los alimentos que producen y dificultan su trabajo. Además, el desperdicio alimentario puede llegar a contradecirse con el número creciente de personas que tienen dificultades para acceder a una alimentación saludable. Aun así, debe puntualizarse que estas dos problemáticas no son consecuentes y son de vital importancia por sí solas.
Durante los últimos años, las pérdidas y el desperdicio alimentario han ganado notoriedad mediática y social. Cada vez son más las personas y administraciones sensibilizadas hacia esta problemática y sus implicaciones ambientales. Además, diversas entidades, start-ups e iniciativas del mundo de la restauración han empezado a dotar de valor excedentes alimentarios, creando modelos circulares y sostenibles.
La Fundación Espigoladors somos una de las iniciativas que trabajamos para poner fin a esta problemática, centrándonos sobre todo en las pérdidas generadas en el sector primario. Lo hacemos a través del espigamiento, una actividad milenaria que hemos recuperado, que consiste en la cosecha de todos aquellos alimentos que los productores y productoras no puede comercializar por excedentes de producción, por bajadas de precio, o por las políticas estéticas y de precio. Lo hacemos con equipos de voluntarias y voluntarios y siempre con el permiso previo del sector primario comprometido que forma parte de nuestra red.
El 95% de los alimentos que recuperamos los canalizamos a entidades sociales y puntos de distribución para garantizar el derecho a la alimentación saludable de las personas en situación de riesgo de exclusión social. Con el 5% restante realizamos conservas vegetales en nuestro obrador, que es a la vez un laboratorio de innovación para el aprovechamiento alimentario y un espacio de inserción laboral y formativa para los colectivos más vulnerables. Estas conservas las comercializamos bajo la marca es im-perfect®.
En definitiva, Espigoladors cuenta con un modelo transversal y multisectorial que no concibe la sostenibilidad ambiental sin la justicia social. Es, también, un modelo que se aleja del asistencialismo y que propone nuevas maneras de actuar transformadoras, transversales y empoderadoras.
Todas estas nuevas propuestas que trabajan para el aprovechamiento alimentario son aliadas del movimiento Zero Waste: las dos trabajan para la reducción de residuos y en pro de la sostenibilidad ambiental, como hace Bûmerang, el bowl que vuelve. Dos movimientos que deben sumar esfuerzos para crear un modelo que escape de la economía lineal y que se acerque al paradigma de la sostenibilidad y que, además, no deberían dejar de lado la justicia social.
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Ana Cornudella es periodista y trabaja como técnica de comunicación y márketing en la Fundació Espigoladors.